El Siguiente Artículo es una traducción y resumen de las secciones 1-2-3 del capítulo 5 de Normalizando lo Impensable.
Las necesidades y los deseos humanos tienen prioridad absoluta
en nuestros cálculos morales. Aristóteles ya argumenta que ‘… [no] hay amistad hacia el caballo o el
buey, o hacia un esclavo’- Quizás el dueño y esclavo pueden ser amigos si
pueden ‘compartir un sistema de leyes o ser parte de acuerdos’ debido a que son
humanos.
Tomás de Aquino desarrolla esta línea de pensamiento. No
podemos tener amistad con ‘animales irracionales’. Pero estipula que ‘podemos
amar a las criaturas irracionales por caridad’ pero solo ‘si los consideramos
como cosas buenas para otros’- es decir, ‘como deseamos su preservación, en
honor a Dios, y para uso del hombre’. Puesto de manera simple, los animales son
considerados ‘irracionales’, y por su falta de razón, los humanos no pueden ser
amigos con ellos y tampoco pueden los animales mismos merecer justicia o
caridad.
Tomás de Aquino, (1225-1274)
El núcleo Aristóteles-Tomás permanece en el corazón de
muchos pensamientos filosóficos y teológicos sobre los animales en la
actualidad. La evidente debilidad del
antropocentrismo moral- la suposición de que las necesidades y deseos humanos
deberían tener absoluta prioridad en nuestras estimaciones morales- es que
falla en tener en cuenta los intereses de los animales o niega que dichos
intereses puedan tener peso moral.
La arbitrariedad del antropocentrismo moral puede ser demostrada
seleccionando otras funciones o características humanas, propias quizás de una raza
o nación particular, y luego erigiendo un sistema de exclusión en base a esas
funciones o características. Hay un evidente aspecto autocomplaciente respecto
a todas estas conclusiones que desmienten su supuesta objetividad. Lo más
importante: estas conclusiones generalmente pasan por alto la habilidad común
de los humanos y los animales de experimentar dolor y sufrimiento.
Zoológicos Humanos: en su momento, aceptables y justificados. Foto
La noción de que los animales nos pertenecen ha sido el
resultado directo de la suposición de que existen para servir a los intereses y
deseos humanos, idea codificada en casi todas las legislaciones del mundo. Las raíces
religiosas de esta idea pueden ser encontradas en la saga creacionista Génesis
capitulo uno, en el cual Dios le da a los seres humanos ‘dominio’ sobre los
animales.
Aristóteles también
escribe: “Ya que la naturaleza no hace nada sin un fin, nada sin propósito,
debe ser que la naturaleza los ha hecho [a los animales y plantas] para el ser
humano”’
Tomás de Aquino agrega en Summa Contra Gentiles: ‘Por providencia divina, ellos [los
animales] son hechos para el uso humano según orden natural. Por tanto, no está
mal que el hombre haga uso de ellos, sea matándolos o de cualquier otra manera’.
Lo que se pensaba como ‘natural’ o ‘según la naturaleza’ en Aristóteles se
convierte, en Aquino, en un hecho de ‘providencia divina’.
Aquino también argumenta que ‘los tontos animales y plantas
no tienen vida de razón para moverse. Son
movidos como por otro, por un tipo de impulso natural, signo de que la
naturaleza está esclavizada y acomodada para uso de otros’. Nótese el desarrollo
del argumento: los animales están en el mismo nivel de las plantas en ser no-racionales.
La racionalidad es una esfera enteramente reservada para la especie humana; el
resto de la creación está ‘privada de la
vida de razón’.
Al descubrir que los chimpancés utilizaban herramientas, Jane Goodall forzó a los académicos a cambiar la definición de ser humano o de aceptar a los chimpancés como seres humanos.
La lógica es claramente circular: ¿como sabes que los
animales son esclavos del ser humano? Porque podemos esclavizarlos.
Existe la tendencia de distinguir y separar a los humanos de
otros animales en términos binarios: ‘nosotros’ y ‘ellos’; los animales son
invariablemente juzgados como inferiores a los humanos.
Mientras que los humanos tienen ‘espíritu’, los animales son
‘carne’; los humanos tienen ‘mentes’, mientras que los animales son solo ‘materia’
(o instinto); los humanos son ‘personas’, y los animales simplemente ‘cosas’;
los humanos tienen almas inmortales racionales, mientras que los animales
tienen almas no racionales. Estas distinciones a favor de los humanos están
reforzadas por el lenguaje histórico que utilizamos con los animales: ‘brutos’,
‘bestias’, ‘irracionales’ y ‘tontos’.
La sospecha de que los animales no sentían realmente ‘como
nosotros’, si siquiera, fue “resuelta” por René Descartes. Argumentaba que los animales ‘actuaban
natural y mecánicamente, como los relojes que dicen la hora mejor que nuestro
propio juicio´. Los animales son autómatas, sin conciencia, racionalidad o
sentimientos. Se decía de sus seguidores, los Port Royalists, que ‘pateaban a
sus perros y disecaban a sus gatos sin compasión, riéndose de cualquier muestra
de compasión hacia ellos, y diciendo que sus gritos eran el ruido de maquinaria
rompiéndose’ (Mahaffy, 1901, p. 118).
El filosofo contemporáneo, Peter Carruthers, muestra la
influencia de Descartes cuando sugiere que los animales pueden experimentar
dolor pero como no tienen ‘conciencia fenoménica’, su dolor no tiene ‘sentimiento
subjetivo’. Sienten dolor, pero no son conscientes de que experimentan ese
dolor.
El tema en común de la corriente histórica principal de la ética
Occidental es que los humanos, por virtud de su razón, son moralmente
especiales y los animales, porque no tienen razón, son subordinados para uso
humano.
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